Ciclo 32, Llanuras al Norte de Utgard
Faltaban 3 horas para que la sombra del palo de agua marcara el
mediodía, hora a la que los shamanes anunciarían oficialmente la llegada de la
Estación del Viento. El joven Alzamag, un orco que se había destacado por
encima de sus compañeros, y su hermano gemelo Xaaz’al-Ungul, eran los hijos
favoritos del clan Soth-Makar. El shamán Mag’Ushar guiaba a su gente a través
de enormes extensiones de pasto y cuidaba a los orcos más jóvenes hasta que
tenían edad de portar arcos y empuñar hachas de caza. Muchos lo querían como un
padre, en especial Alzamag y su hermano, a quienes enseñó la lectura de huesos
y entrañas desde muy chicos, como habría hecho su verdadero padre, Alzaz-Ungul.
Su madre se llamaba Agora Mul’Kar y sus nombres estaban grabados en el gran
tronco de la memoria, que se llenaba poco a poco con los nombres de los que
habían abandonado el mundo físico para cuidarlos y guiarlos desde el reino de
los muertos. Mag’Ushar los educó como a hijos propios y les prometió que el día
de su rito les contaría la historia de sus padres. El duelo de los niños fue
breve, y pronto aceptaron a Ushar como abuelo. Xaaz’al-Ungul siempre fue más
atrevido, más dispuesto a hacer las cosas. Alzamag era un poco más reservado,
más prudente, y ejercía un efecto calmante en su hermano. Hacía tiempo que el
anciano se había dado cuenta de eso,
pero tendría que separarlos si querían aprender a sobrevivir en las
planicies de Utgard. Tenían que aprender solos. Por eso había adelantado su
prueba casi 6 ciclos. Cada uno de ellos prometía grandes cosas, pero no sabían
estar solos. Allá, lejos de la tribu, estarían solos, perdidos en la infinita
extensión de Utgard.
Cuando los adoptó, sabía que esos pequeños cambiarían la historia
de su gente. Sentía la astucia de Alzamag y el poder de su hermano combinarse
para resolver cualquier dificultad que tuvieran enfrente. A los 12 ciclos de
edad, ambos manejaban ya los arcos y sabían tejer cuerdas con los nervios de
los animales que cazaban. Pronto aprendieron a seguir también las huellas de
los animales a través de los pastizales y lograron rastrearlos hasta los
arroyos claros y limpios donde se alimentaban. Fueron respetados por su habilidad
y prudencia. Nadie dudaba que serían aceptados como hijos naturales de
Mag’Ushar, lo que les permitiría a los dos ascender hasta el grado de shamanes
algún día.
Pero la tribu de los Soth-Makar era
grande y había orcos que no sólo habían superado a los hijos de Agora Mul’Kar,
sino que tenían la edad estipulada por los shamanes hacía tantos y tantos
ciclos, mucho antes de que la gran horda cruzara los montes helados de
Eisgrind. Alzamag y su hermano seguían siendo unos niños. No tenían todavía el
carácter para volverse cazadores y menos aún shamanes, por mucho que intentaran
convencerlo de lo contrario. No a Gokk Mor’kas. No a él, que había aprendido a
curar muelas picadas, aplicar sanguijuelas y leer la suerte en el polvo de las
calles casi un ciclo antes que el mismísimo Mag’Ushar. Alzamag y Xaaz’al eran
unos imbéciles mimados por haber perdido a sus padres. Todo se los había ganado
la lástima de la tribu. No era fruto de su esfuerzo. No les permitiría que
arruinaran todo cuando su triunfo estaba tan, tan cerca.
Sólo debían esperar dos horas más.
Xaaz’al-Ungul le había preguntado esa mañana si recordaba a mamá. Que si se
acordaba de cómo los acosaba y se quedaba con ellos hasta que se dormían, o que
si recordaba cómo ella y papá hablaban siempre de las nieves de Eisgrind.
“Siempre hablaron de los gigantes, Alzamag. Algún día los conoceremos.” Estaba
tan nervioso que no pudo dormir, y en los ratos en los que lo vencía el sueño
soñaba siempre lo mismo: unas nubes negras; una playa sin limite azotada por
relámpagos ahí donde ponía los ojos y un ojo sin cuerpo ni rostro, dislocado de
la cordura de cualquier ser viviente. Por la mañana le platicó al abuelo su
sueño, porque el abuelo era bueno para descifrar los mensajes de Yog-Sothoth en
la mente de los orcos, pero no le dijo nada. Por segunda vez en su vida, le
respondía con silencio.
— Eso es injusto joven Gokk. Todos
sabemos que tú eres el mejor éshar de la tribu.
— Y Alzamag es mejor que yo
planeando cosas. Es injusto también para mí. Además, tú sabes que Xaaz’al y él
no van a separarse nunca. Todos los demás estamos en desventaja contra ellos
dos. Casi me siento igual de tullido que mi padre.
— Hijo de Ulth Mor’kas, le debes
más respeto que ese, y por los niños no deberías preocuparte. Tú sabes que la
tradición dice que cada quien se vale por sí mismo en su rito.
— Y también dice que nadie menor de
18 ciclos participa en él. Sólo los ayudas porque sus Agora y su esposo sólo
fueron buenos para morirse.
— Tienes una lengua larga, joven
Gokk. Si en algo me estimas todavía, vete y prepárate para tu rito.
— Sí, abuelo.
— Vengan,
pequeños. Acérquense. Ha llegado la hora de contarles qué pasó
con sus padres.
— No vayas a llorar, Alzamag.
— Cállate, mierda de wargo.
— Alzamag, salte. No voy a tolerar ese lenguaje
aquí. ¿Esperaste tantos ciclos para esto? Tu padre estaría decepcionado.
— Pues no se hubiera muerto. — Alzamag salió de la
tienda de Mag’Ushar resoplando y maldiciéndose. ¿Cómo pudo cagarla en ese
momento? Y lo que es peor, sabía que su abuelo le contaría a Xaaz’al y no
permitiría que se la dijera a él. Últimamente se había estado portando más
frío, como si ya no los quisiera. Los ponía a atender a los pocos wargos que
habían capturado a lo largo de los ciclos a horas diferentes. Mientras que a
Xaaz’al lo ponía a trabajar de día, cuando los cazadores se llevaban a las
bestias a explorar, a él lo dejaban de noche, cuando estaban especialmente
irritables. Sacar el excremento de las jaulas era un trabajo imposible. Tenía que
lanzarles comida del otro lado y pedirle a Yog-Sothoth que no se mataran entre
ellos por un pedazo de carne. Apenas le daba tiempo de dar unos pasos, sacar
una bola de mierda y lanzar otro pedazo de carne. Y no entendía por qué. Nunca
le habían fallado ni levantado la voz. Pero sabía muy dentro de sí que el
abuelo estaba viejo y cansado, y que la edad se estaba empezando a reflejar en
su trato. Al carajo, él quería saber. Rodeó la tienda de Mag’Ushar y pronto
estuvo agachado, escuchando.
— Sé que se quieren, Xaaz’al, pero prométeme que no
ayudarás a Alzamag en su rito.
— ¿Por qué no? Pensé que querías que nos cuidáramos.
— Así es, pequeño, pero es hora de que tu hermano y
tú se separen. No pueden estar juntos toda la vida. Esta tribu necesita a un
líder muy fuerte, no a dos niños que no saben caminar sin estar el uno al lado
del otro.
— Pero así lo hemos hecho siempre, abuelo, y mira,
ya casi hacemos nuestro rito.
— Precisamente de eso quiero hablar contigo,
Xaaz’al. El rito es de cada uno. No pueden hacerlo juntos. ¿Sabes por qué?
— No.
— Bueno, te lo voy a contar. La historia de sus
padres es complicada, Xaaz’al-Ungul. Sus padres eran hermano y hermana. Se
querían mucho, como Alzamag y tú, pero un día se quisieron de más. Ulth Mor’kas
era el prometido de Agora desde que tenían tu edad, pero cuando se enteró de
que tu mamá estaba embarazada de ustedes, no quiso saber nada más de ella. Tu
padre se cambió el nombre, pero ya habían deshonrado a su familia. Los
expulsaron de la tribu y vagaron unas semanas, hasta que me encontraron a mí.
Yo abogué por ellos y los acogí. ¿Por qué? Tal vez porque nunca intentaron
engañarme. Me contaron su historia el mismo día en que nos conocimos, y no pude
decirles que se fueran, que eso era impuro, aunque la tradición me decía que
eso era lo correcto. Ahora que los veo a Alzamag y a ti, sé que hice bien,
hijo. Unos ciclos después nos encontramos los restos de una tribu y a algunos
supervivientes vagando en las cercanías. Sí, Ulth Mor’kas iba con ellos. Su
tribu había sido destrozada por wargos salvajes, y traía a su hijo Gokk, de 7
ciclos, con él. El reencuentro no fue agradable. ¿Ahora entiendes por qué los
odia tanto Gokk? Bueno, pues como te decía, pasaron los ciclos y un día Ulth
logró rastrear a los wargos que destrozaron a su tribu. Pidió voluntarios y
casi todos los supervivientes se unieron. Tus padres fueron con él para vengar
a sus familias. ¿Qué? Ah, sí, sí los deshonraron, pero ellos querían probar su
honor vengándolos. Por eso se fueron. Agora me encargó que los cuidara por si
algo les pasaba y mucho tiempo después desee que jamás hubiera dicho esas
palabras. La cacería fue un fracaso. Los wargos destrozaron a todos los del
grupo, y sólo algunos pudieron regresar. Por eso Ulth no tiene ni piernas ni un
ojo y por eso perdieron ustedes a sus padres. Si hubo alguna gloria aquel día,
no la conozco, pero desde entonces se estableció que cada uno tendría que hacer
sus cosas solo. Sobrevivir solo. — Siguieron hablando unos minutos, aunque ya
no los oía. Alzamag se alejó de su escondite sin hacer ruido. Entonces supo por
qué su abuelo había intentado separarlos. Tenía miedo de que se repitiera la
historia de sus padres. Al parecer, Xaaz’al también lo había entendido. Durante
los próximos días se vieron menos, como si ambos hubieran acordado alejarse un
poco hasta después del rito.
Faltaban unos minutos. El sudor de los brazaletes de
cuero y de las correas de su escudo le incomodaba. A su izquierda estaban un
par de orcos mayores que él, y un poco más allá, su hermano. Justo a su derecha
estaba Gokk. El rito consistía en 3 partes: la primera, una demostración de
fuerza física y habilidades de combate básicas. La segunda, un examen de
conocimientos médicos, en el que estarían presentes los mejores curanderos de
la tribu y el último siempre era sorpresa. En ciclos anteriores recordaba haber
visto a un grupo de orcos cruzando un río y armando entre todos un puente.
Después se supo que la orca Meshak An’mokar había tenido la idea del puente y
se integró a los grupos de exploradores desde ese día. En aquella ocasión todos
pasaron su rito, pero había veces en que se les pedía curar a los enfermos, y
quienes antes encontraran el tratamiento que debía seguir eran quienes lo
lograban. En esas ocasiones muchos fracasaban, pues tenían que tomar dos
exámenes médicos seguidos. Los que se rezagaban o no lo encontraban tendrían
que esperar un ciclo completo para volverlo a intentar. Alzamag sabía que en la
prueba física no tenía oportunidad. Tal vez Xaaz’al sí lo lograría, pero él no.
Una joven orca junto a él le sonrió, y supo que quería decirle “ánimo.” De
pronto se dio cuenta de su edad. 12 ciclos. Todos los demás orcos del rito
tenían al menos 18. No quería ver a su hermano. Los dos estaban aterrados y
solos como nunca lo habían estado.
El rito dio inicio con el sonido del cuerno. Los 60
jóvenes fueron lanzados a una arena circular, rodeados por toda la tribu.
Alzamag casi fue derribado por la chica que le había sonreído hacía unos
minutos. Sabía que si lo derribaban estaría fuera, pero no tenía la fuerza
física para oponerse a nadie. Debería hacer trampa. No sería el camino más
honorable, pero tal vez así lograría desarmar al menos a uno. Xaaz’al, casi al
otro lado de la arena, había llegado a la misma conclusión. Intentaba atacar
las partes bajas de sus oponentes, aunque Alzamag vio que sangraba de la boca.
Debieron haberle pegado con el escudo. Apenas tuvo tiempo de reaccionar. Un
orco de tal vez unos 20 ciclos se había lanzado a toda carrera contra él.
Alzamag saltó hacia un lado y el orco tropezó. No tuvo más que darle un empujón
para que cayera. Desde su espalda escuchó el griterío de la multitud. El crío
había derribado a alguien. Gokk tenía una fuerza impresionante. Orco que se
lanzaba contra él, orco que terminaba en el suelo. Era un oponente
extraordinario. Los demás se dieron cuenta de ello poco después. Grupos de dos
o hasta tres iban tras él, pero Gokk lograba disolverlos eliminando primero al
cabecilla. Los supervivientes se retiraban y preferían enfrentar a otros. No
habían pasado ni ocho minutos y ya estaban fuera 48 de los futuros guerreros
orcos. Alzamag había logrado eliminar a otro de una patada en la entrepierna y
Xaaz’al parecía haber encontrado una buena arma en su escudo. La orca de al
principio, Dehka, aún luchaba. Los shamanes pidieron unos segundos para que se
retiraran los caídos.
— Tú haces que te persiga y yo lo mato. — le decía
Xaaz’al, mientras ambos espiaban al jabalí. No era la primera vez que lo
hacían, pero sí la primera que se topaban con un animal tan grande.
— ¿Por qué no mejor al revés?
— Porque yo soy más fuerte, tonto, y además tú
corres más rápido que yo.
— Pero yo disparo mejor.
— Sí.
— Entonces mejor lo matamos de lejos.
— No. Ve y corre. Te toca. Yo corrí la vez pasada.
— ¡Te toca el jabalí, Xaaz! — Su hermano, de lejos,
asintió. Empezó a gritarle a Gokk y éste se confió. Salió corriendo tras
Xaaz’al-Ungul, sin darse cuenta que Alzamag había logrado flanquearlo. Dehka
también se percató de ello y corrió junto a él. Gokk no esperó a que el niño
reaccionara. Le conectó un golpe directo con el borde de su escudo en la
mejilla y luego lo derribó de una embestida. Xaaz’al, cegado por el dolor del
golpe, apenas pudo ver cómo Alzamag y Dehka lo tacleaban por la espalda, aunque
no lograron derribarlo. El orco se volteó y sin mucho problema derribó también
a Dehka, que apenas se recuperaba de la embestida. Por fin tenía a Alzamag
delante de él, solo y aturdido. Le propinó dos, tres, cuatro escudazos en la
cara. Cuando comenzó a tambalearse, cruzó una pierna detrás de él y lo remató
de un empujón. La prueba terminó unos segundos después, con la rendición de los
tres guerreros que seguían de pie. Cubierto de sudor y arena, Gokk fue el mejor
de todos en la primera prueba. La siguiente fase llegaría al día siguiente, después
de que se hubiera tratado a los heridos. Xaaz’al-Ungul y Dehka la tuvieron
fácil. Terminaron con golpes y moretones, aunque a Xaaz’al tuvieron que darle
algunos puntos en la mejilla, donde había golpeado el escudo. Alzamag necesitó
puntos en la frente y en toda la zona izquierda de la cara, donde el escudo de
Gokk había golpeado con especial saña. Terminó con un derrame en el ojo; los
shamanes le dijeron que no lo perdió de puro milagro. No pudo dormir aquella
noche. La hinchazón del párpado y el dolor en la cara lo mantuvieron despierto
hasta bien entrada la noche. Cerca de él dormía Dehka. Ella lo abrazó como si
fuera su hermano pequeño y Alzamag lloró. No quería que llegara el día. No
quería volver a enfrentarse a Gokk.
Los jóvenes fueron llamados a la arena unas horas
antes del mediodía. Los orcos habían colocado una gran tela sobre ellos para
protegerse del sol. También habían traído varias mesas, sanguijuelas y plantas,
además de que había varios heridos y estaban los shamanes de la tribu presentes.
Alzamag sabía que tendrían que curar a alguien delante de todos, y aunque sabía
que podía hacerlo, no tenía ganas. El rito de paso era un gran espectáculo para
los jóvenes, pero no tenía sentido. Pudieron haberlos matado y nadie habría
hecho nada. En ciclos pasados habían muerto algunos orcos, pero todo estaba
permitido. Si alguno de los heridos moría, no habría consecuencia para ellos.
Yog-Sothoth había decidido llevárselo. Podrían volverlo a intentar el próximo
ciclo. No tenía sentido que los hubieran puesto ahí tan chicos. No tenían la
edad, ni la práctica, ni la fuerza.
Cuando la sombra del palo de agua se recortó hasta
la base de la arena, comenzaron las pruebas. Pasaron de diez en diez. Cada uno
de los jóvenes tenía libertad de hacer lo que le pareciera mejor. Unos se
limitaban a revisar a los heridos y establecer el tratamiento que creían que
podría curarlos. Otros hacían ungüentos con hierbas molidas, lavaban y
masajeaban la zona lastimada, untaban el cataplasma y vendaban al herido. Sin
embargo, en varios ciclos no se habían intentado amputaciones. Ninguno de ellos
quería ser responsable de dejar a alguien mutilado de por vida sin tener aún el
título de shamán. Un shamán tenía la protección de su nombre, pero ellos eran
apenas poco más que niños. No, ninguno se habría atrevido a amputar a nadie el
día del rito. La última vez que lo intentaron siguieron varios meses de no
encontrar comida y de lluvia escasa. Desde entonces se habían retirado todos
los instrumentos de corte del rito. Quienes sufrieran de gangrena o necrosis
eran atendidos por los shamanes, no por los jóvenes.
— Es tu turno, Gokk. A ti te toca curarle las
heridas al joven Alzamag.
— Pero abuelo…
— ¿Vas a renunciar a tu prueba, Gokk Mor’kas, y
deshonrar a tu padre y a tu familia?
— No.
— Pues adelante. Tienes hasta que la sombra del palo
de agua desaparezca.
Alzamag pudo ver la ira en los ojos de Gokk. Supuso
que su abuelo también, aunque no tenía idea de por qué lo estaba dejando en
manos de quien más lo odiaba en todo Utgard. Gokk tomó un par de sanguijuelas y
se las puso en las zonas más hinchadas. Mientras éstas extraían la sangre
acumulada, él consiguió un mortero, buscó genciana, flor de trébol rojo y ajo y
los molió. Todo lo hacía con una firmeza y una decisión que sólo había visto
antes en su abuelo. A pesar de que lo odiara, Gokk sabía lo que hacía, y eso lo
molestaba aún más. Él no sabía aún hacer cataplasmas tan avanzados. Sabía que
la genciana era para cicatrizar, pero desconocía el uso de las otras dos
plantas. Lo empujó a la mesa, haciendo que se golpeara, pero pronto sintió las
manos del orco trabajando sobre su herida. Le estaba quitando los puntos del
día anterior y las sanguijuelas, aprovechó la saliva de éstas en su sangre para
retirarle la pus que se le había formado durante la noche y lavarle las
heridas. Aplicó el fomento con mucho más cuidado del que habría esperado en él.
También eligió las mejores telas que tenían en la arena y le hizo un buen
vendaje. Terminó rápido. Diez minutos después de haber empezado, Alzamag
caminaba hacia Dehka y su hermano. Él estaría en la quinta ronda de
participantes. Su hermano se rindió cuando lo llevaron a su prueba. Dehka hizo
una curación simple, aunque Alzamag sabía muy dentro de sí que Gokk los había
superado también en eso. Cuando fue su turno, decidió imitar la receta de su
rival. Molió un par de dientes de ajo, un pedazo de genciana y unas flores de
trébol. Puso sanguijuelas en la zona inflamada, lavó y untó su mezcla. Luego
limpió y vendó. No fue tan rápido ni tan preciso como Gokk, pero tampoco se
sintió inseguro. Los shamanes mandaron a todos a descansar poco después del
mediodía. Ninguno de ellos se iba tranquilo: si había infecciones o
complicaciones se verían unas horas después de sus procedimientos. La prueba
médica solía durar dos, incluso tres días.
— Acompáñame, Alzamag. — El joven pudo ver en el
rostro de su abuelo que algo había pasado. Llegó por él casi a media noche.
Varios de sus compañeros de prueba habían sido llamados para revisar a sus
pacientes, pero casi todos habían regresado poco después, contando que los
shamanes los habían felicitado y les habían hecho correcciones menores. Pero a
ninguno lo había llamado el jefe de la tribu, y menos tan noche. Por suerte, el
dolor de la cara y los moretones habían desaparecido por completo. Tal vez por
la mañana se le podría retirar el vendaje.
— Corre la tela, hijo. Tu paciente lleva horas con
una fiebre altísima. ¿Me puedes decir qué fue lo que pasó?
— Seguí la receta de Gokk.
— Él tiene ciclos practicando sus dosis y sus
procedimientos. La muerte de uno de los nuestros no puede tomarse a la ligera.
— Pensé que podía hacerlo.
— Fuiste imprudente, y no sólo eso, también
orgulloso e idiota, Alzamag. Si no te sentías listo pudiste haber hecho lo
mismo que Xaaz’al y pedir que se te evaluara luego. Pero no. Tenías que ser el
mejor. Tu hermano conservará su honor y su oportunidad de probarse a sí mismo,
pero tú no podrás quitarte esa mancha nunca. El primer paciente al que atiendes
terminó enfermo de gravedad. Los delirios de la fiebre son espantosos. Los
shamanes han dicho que no te darán su bendición a menos que expliques qué pasó
por tu cabeza. Es explicarte y humillarte o pedirle a Yog-Sothoth con toda tu
alma que se recupere. De cualquier manera, tienes hasta el día final de las
pruebas para decidirte. Lo siento mucho, hijo.
Alzamag
salió de la tienda de Mag’Ushar. En realidad, el viejo sabía que él tenía la
culpa de los errores de su joven pupilo. Los forzó más allá de sus capacidades.
Eran unos niños. Eran los mejores de su edad y tal vez mejores que muchos más
grandes que ellos, pero no tenían práctica. Sí, fue su culpa, pero ya estaba
viejo y cansado para admitirlo. A veces el mundo te daba la espalda. Era una
lección que le salvaría la vida a los dos en algún momento.
La mañana siguiente fue algo tensa. Todos sabían ya del
error de Alzamag, el protegido de su líder, y esperaban el fin de las pruebas
para humillarlo. El niño curandero. Esta vez se reunieron justo después de
ponerse el sol. La tercera prueba solía atraer a muchísima gente por su
secrecía. Alzamag vio a muchos menos orcos esta vez, tal vez unos veinte.
Quería decir que habían sido eliminados en ambas pruebas y que no tenían
derecho a estar ahí con ellos. Vio a Xaaz’al-Ungul y a su amiga Dehka cerca de
él y se sintió un tanto aliviado. No temía a la prueba, sino a lo que le
esperaba después si no triunfaban. Gokk estaba también ahí, con una sonrisa que
le deformaba la cara. Lo estaba viendo a él. Varios orcos mayores encendieron
antorchas alrededor de toda la arena. Un shamán hablaba de la importancia del
rito del paso y cómo estaban a punto de dejar atrás la protección de sus padres
para volverse orcos dignos del nombre de su tribu y otras cosas. Fue entonces
cuando vio a los wargos. Se habían esforzado por ocultarlos, pero rompieron las
telas que cubrían una parte de su jaula.
— Es hora de revelarles la tercera prueba de su rito
de paso. — Un shamán anciano, aunque más joven que Mag’Ushar, se levantó y
extendió sus brazos. Detrás de él, cuatro orcos grandes, los más grandes que
había visto Alzamag en su vida, cargaban la enorme jaula que había visto hacía
unos minutos. — Esta wargo sobrevivió a la matanza de su jauría. Sus cachorros
nos seguirán a nosotros. Pero ustedes, jóvenes, tienen la tarea de enfrentarla.
Son veinte contra una. Hoy no habrá ni reglas ni consecuencias, pero tomen en
cuenta que nos fijaremos en todo. Que Yog-Sothoth les de fuerza y valor para
enfrentar a la criatura. Suelten a Lug’Ka.
La
loba wargo, al ver a sus captores acercándose a la puerta de la jaula presintió
que intentarían hacerle daño. Ya habían matado a todos, y sólo las habían
salvado a tres de las lobas mayores por sus crías. El instinto la llevó a
acurrucarse al fondo de la jaula. Unos orcos la picaron desde atrás con unos
palos largos, afilados, y cuando se dio cuenta de qué pasaba, ya estaba frente
a una veintena de orcos menores, sin pieles de animales sobre ellos, casi todos
muertos de miedo. Sabía que no tenía muchas opciones. Si regresaba la volverían
a picar y no habría manera en que pudiera volver a ver a sus cachorros. De
pronto, otro piquete. Con eso se decidió. Aulló alto y fuerte, para que
aquellos que habían matado a toda su jauría supieran que la última de las lobas
wargo no doblaría ni las patas ni la cabeza ante nadie. Serían presas fáciles.
No tenían ninguna de esas cosas que usaron para matar a sus hermanos. Eran
ellos solos con un pedazo de cuero en uno de los brazos.
Cuando
la gran loba wargo salió de su jaula, casi todos los jóvenes que quedaban se
hicieron para atrás. Xaaz’al-Ungul fue de los pocos que quedaron en la
vanguardia. Del otro lado estaba Gokk. La loba se lanzó contra el más grande de
ellos primero. Gokk le dio un golpe con su escudo y logró aturdirla un poco. La
wargo se afanó en perseguirlo. Los demás orcos los rodearon, como una arena
dentro de la arena, pero los shamanes y los orcos adultos los empujaron, los
picaron para que se unieran al combate. Casi ninguno se atrevía a ponerse al
alcance de la wargo. Gokk se defendía bien; le apostaba a esperar el ataque de
la loba y contraatacar. Esto le ahorraba mucha energía a él y le permitía
medirla mejor. —Hasta ahora, sólo tenemos a uno digno de ser shamán. — Las
burlas y las risas no se hicieron esperar. Con el sonido de las voces de los
demás orcos, la loba se distrajo un poco y Gokk logró conectarle un segundo
golpe. Varios orcos más, picados en el orgullo, se lanzaron contra Lug’Ka.
Cuando la wargo se percató de que la estaban rodeando, se retiró un poco,
dejándole a Gokk un margen para que se recuperara. Alzamag seguía en la línea
de la retaguardia. Vio que Xaaz’al y Dehka ya estaban también al alcance de la
loba. Entonces pasó. Otro de los orcos le dio un escudazo a Gokk, aprovechando
que estaba distraído, y lo derribó. Estaba a punto de rematarlo cuando uno de
los orcos de la orilla lanzó una estaca al centro de la arena. Los shamanes
habían vuelto esta contienda una pelea a muerte. Dehka no dudó un segundo y
logró llegar corriendo hasta el arma. Sin pensarlo, ensartó a uno de los que se
había aproximado. La wargo estaba confundida, pero aprovechó la distracción
para destripar a un orco de un zarpazo. Los gritos de los orcos y el frenesí de
la sangre llenaron a cada uno de los presentes. Alzamag no había visto nunca un
duelo a muerte. Gokk se había recompuesto ya y arrebató otra estaca a uno de
los guardias de la wargo. Éste sonrió y se retiró de la arena, apoyando al
joven que había logrado desarmarlo. No veía a Xaaz’al. Debía estar cerca de su
amiga. Se habían apoyado desde el principio. Le había sonreído y juntos habían
pasado las dos pruebas anteriores. ¿O no? ¿Los traicionaría a los dos ese día?
¿Dónde estaba su hermano? Las luces de las antorchas lo estaban mareando. No se
había movido desde que soltaron a la wargo. Ni siquiera reaccionó cuando le
dieron el golpe en la sien. Alguien le pegó con el palo de una estaca para
derribarlo. Varios de los caídos sangraban. Estaban rojos, con las miradas
tranquilas, carentes ya de miedo.
Gokk
se había hecho ya con tres lanzas y había logrado cambiar su escudo un par de
veces. Estaba dominado por el frenesí de sangre. Dehka había derribado a un par
de orcos también. En total quedaban seis orcos de pie. La wargo corría
alrededor de la arena, vigilando a los heridos. Había matado a cuatro y tenía a
una orca herida frente a ella. Estaba muerta de miedo. Un par de zarpazos a la
altura correcta y se desangraría. Un orco muy joven, demasiado para ser un
guerrero, tomó una de las armas de madera del suelo y corrió hacia ella. Si no
hubiera gritado, tal vez, tal vez, le habría hecho daño, pero la adrenalina lo
traicionó. No tenía ni la fuerza ni el alcance de los orcos grandes. Le arrancó
la cabeza de una mordida. Con ese, había matado a cinco.
Esa
escena se grabaría en la cabeza de Alzamag hasta el fin de sus días.
Xaaz’al-Ungul corrió a defender a alguien a quien no conocían. Vio cómo le
arrancaban la cabeza a su hermano y cómo su cuerpo, tan parecido al suyo seguía
corriendo, se desplomaba en la arena, temblando, y se convulsionaba mientras la
vida se le apagaba. La sangre salía negra del cuerpo de Xaaz’al-Ungul,
iluminado a medias por las antorchas. ¿Las habían vuelto a encender, o sólo les
habían puesto más aceite? Era su hermano, y ahora también un cadáver con su
mismo peso y altura, pero ya sin rostro. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Qué carajo
querían? No tenían la edad. Eran unos niños. No estaban listos para el rito de
paso. Estaba muerto. Muerto. Les habían contado que unos wargos mataron a sus
padres. ¿Para qué? ¿Qué lograban haciéndoles lo mismo a ellos?
Gokk
aprovechó la muerte de Xaaz’al-Ungul para arrojarle una de las estacas a la
loba. Penetró su costado izquierdo con facilidad. Dehka le lanzó otra de las
estacas, que atravesó su ojo derecho. Los dos orcos que quedaban en pie
corrieron hacia la wargo, que retrocedía, malherida, pero fueron derribados por
unas hondas. Los guardias de Lug’Ka se interpusieron para salvar a la loba. Los
shamanes bajaron corriendo a atender a los orcos heridos. Alzamag no respondía.
Se había quedado perdido dentro de su cabeza. Xaaz’al-Ungul estaba muerto. Lo
mataron frente a él y nadie había movido un dedo. Se celebró un funeral para
todos los caídos en combate. Esa noche no habría fiestas ni anuncios: también
el paciente de Alzamag había muerto. No supo cómo llegó a su casa que ya no era
su casa sin su hermano. Lloró durante horas y fue hasta que Mag’Ushar lo
despertó por la mañana que la realidad de la muerte de Xaaz’al-Ungul tomó
cuerpo y forma. Se había ido. Aunque su cuerpo y su alma se hubieran quemado y
los shamanes dijeran que las cenizas lo habrían de llevar a través del viento y
lo integrarían con el pasto, las flores y la lluvia de Utgard, la verdad, o al
menos la verdad que veía él, era que se había ido. Que estaba solo y roto.
Desde ese día, Alzamag no volvería a confiar en nadie. Dehka terminó como
prometida del maldito, del cobarde de Gokk. Ellos serían los primeros. Les
arrancaría los ojos y la lengua. El imbécil de su abuelo se les uniría después.
A él lo cortaría en pedazos y se los daría de comer a los wargos. Ojo por
jodido ojo. Le dijeron que era inservible como orco y que la humillación de sus
derrotas lo perseguiría mientras viviera entre los Soth-Makar. Pues bien, al
carajo la tribu.
Abandonó
la horda a la noche siguiente. Se llevó un escudo y una buena cantidad de ropa.
La noche siguiente al rito se metió a la casa de los muertos y robó toda la
comida, pulseras y alhajas que pudo. Tomó tierra y ropa de las casas de
Mag’Ushar, de Gokk y de Dehka. Hacía unos días les habían informado de otra
tribu que se encontraba a unos dos días de camino al oeste. Se iría con ellos.
Aunque tuviera que caminar seis, ocho o diez semanas, era mejor que vivir entre
hipócritas y traidores. Se haría un nombre. La historia se acordaría de él.
Nadie, nunca, en ningún lugar lo volvería a humillar. Puso su mano en un tocón
poco antes de alejarse del campamento y sacó un cuchillo. Tal vez no era
shamán, pero sabía cómo hacer un jodido maleficio. Puso tres pequeños cuencos
que se había robado y puso la tierra que traía consigo en cada uno. Le arrancó
los ojos y las vísceras a una rana que pasaba cerca del río y arrojó su cadáver
a la corriente, los molió y mezcló la sangre del animal con la suya. Vació la
mezcla en partes iguales sobre la tierra de los traidores mientras cantaba a
Yog-Sothoth. Tú eres la puerta, la estrella, dijo. Mientras esperaba,
hizo unas pequeñas bolsas con la tela que traía consigo y colocó cada uno de
los cuencos dentro de ellas. Luego lloró y maldijo, recordó a su hermano
Xaaz’al-Ungul y volvió a jurar en su nombre que lo vengaría. Dejó los cuencos
debajo de una piedra y siguió su camino.
Pasaron
varios ciclos y las noticias de un extraordinario shamán que se dirigía al
oeste con su tribu se regaron por todo Utgard. En la tribu de los Soth-Makar,
sin embargo, las cosas fueron de mal en peor. Mag’Ushar fue el primero en caer.
Le sobrevino una fiebre potentísima que muchos atribuyeron a su edad. Murió
catorce días después de la huida de Alzamag y terminó gritando algo sobre un
rey que bajaba. Los shamanes recibieron el mensaje con terror. Aseguraban que
se trataba de una profecía y que el viejo jefe de la tribu había enloquecido
antes de morir. A Gokk lo alcanzó poco después de su matrimonio con Dehka.
Pasaron varios ciclos sin poder procrear, y una mañana amaneció enfermo,
azotado por la misma fiebre que se llevara a Mag’Ushar. La maldición de Alzamag
se ensañó menos con Dehka. Tal vez fuera por la sonrisa que le dedicó, o tal
vez porque fue la única que quiso a los gemelos durante la prueba. A ella
también le tocó una fiebre dura, pero no mortal. Dehka sobrevivió al odio de
Alzamag y se volvió la primera líder de los Soth-Makar. Esta orca llevaría a su
pueblo a la prosperidad, y sus descendientes fundarían unos ciclos después la
ciudad de Dor’Anmak.
Alzamag se había vuelto colérico y sometió a varias
tribus. Nadie dudaba del poder que poseía y nadie se atrevía a enfrentarlo. Se
dirigía al oeste, siempre al oeste, en una carrera frenética hacia el mar,
llamado por una tempestad y una cólera que no tenían límite.