"Los Muros de la Academia", novela de corte fantástico y Steampunk, está disponible en Amazon. Dejo aquí dos fragmentos, uno del primero y otro del segundo capítulo, para que se den una idea de qué trata y cómo se desarrolla el mundo.
2. La Caída del Arcturus
Ceres 24, Ciclo
1887
Cerca de los
mares del sur de Eisgrind
La detonación
meció el Steelkilt. El dirigible de al lado no tardó en incendiarse, y
aunque no lo hubiera hecho, la velocidad a la que se movía no le hubiera
bastado para salir del alcance de la nave pirata. Los observadores de a bordo
decían que el humo que desprendía desde hacía unas horas venía directamente de
los motores de su presa y que quizá era eso lo que los había alentado tanto.
Sea como fuere, los primeros cañonazos fueron certeros y sólo quedaba
rematarlos. Ordenó que dispararan otra andanada de proyectiles. Alguno de ellos
debió impactar las calderas; al menos, eso sugería la explosión que provino de
dentro de su objetivo. Los gritos de victoria llenaron la nave y con justa
razón. Además, las mejoras que el ingeniero enano Thorkild implementó en los
sistema de combustión de a bordo ahorraban mucho en carbón, y agua tenían de
sobra. Vestri solía quedarse mirando las imponentes máquinas de vapor por
horas, y decía que el ritmo de los pistones lo arrullaba. Con todo, tenía ya
casi un mes que no aterrizaban y los recursos de a bordo empezaban a escasear.
Aunque fue un espectáculo bien merecido para su gente, la verdad es que las
explosiones no tenían tan entusiasmado a Samir i-Sabbah.
El
Arcturus, se decía, era un transporte de provisiones que se dirigía
hacia Bael-Ungor, y saber que mucha de su carga se había incendiado los dejaba
con pocas ganancias. Además, antes de salir de Iunu-Ra, Thorkild y Vestri
escucharon a algunos gnomos hablando sobre el verdadero contenido del dirigible
que acababan de derribar. Decían que no sólo no transportaban comida y telas
para los enanos, sino que había algunos laboratorios perdidos en las montañas
que podían llegar a pagar hasta cuarenta mil monedas de oro por las partes y
sustancias correctas. Ahora que los humanos habían empezado a producir sus
propias máquinas en Toledo y en Tenochtitlán, la competencia por el aceite de semilla
de Kemet y la grasa de las ballenas se había vuelto férrea. A Samir y
los suyos les pagaban bien por conseguirlas más barato y a sus compradores les
interesaban más bien poco los métodos a los que recurrieran. Si el cargamento,
fuera cual fuese, se había dañado, todo el tiempo que pasaron persiguiendo al
transporte aéreo había sido en vano.
— ¡Tayé, gira a la derecha!
— ¿Perseguimos el fuego del irin
eye ni, Samir? ¿Vamos al iná nla a
desollar a los muertos?— El troll sonrió. Era un guerrero fuerte, traído desde
las playas de la mismísima ciudad de Alzagoth, más allá de las costas de
Utgard. Había servido a bordo del Steelkilt
desde hacía ya mucho tiempo y era un buen piloto de dirigibles. Fue esclavo
durante casi veinte ciclos en una de las minas de los orcos, hasta que Samir
logró comprar su libertad. Tuvieron algunos roces, y hasta que no lo derrotó en
combate abierto, no parecía querer cooperar con el ahk. Después de eso se
volvieron como hermanos. Además, no habría habido nadie más a bordo que pudiera
dominar el timón de la nave sin ayuda. Habían acondicionado la estancia del
timonero para que pudiera navegar de día y de noche. Los trolls se petrificaban
con el sol desde que se tenía memoria. En Thule buscaban una cura para esta
aflicción, pero no habían encontrado sino formas de evitarlo. Hasta las sombras
más pequeñas parecían protegerlos, y Samir tenía en muy alta estima la vida de
su amigo.
— Sí, vamos a desplumarlos. Te
encargo el Steelkilt. Todos en sus puestos. Tayé, mantén la nave lista.
Nos iremos tan rápido como podamos.
—Aquí te esperamos, arakunrin.
— El troll comandó el dirigible hacia donde se le había indicado. El cielo se
oscureció en apenas unos minutos y las llamas los condujeron a los restos del Arcturus.
El fuego lamía la carcasa y arrastraba el olor de cientos de cadáveres
quemados. Grandes partes del esqueleto caían al suelo enredadas en las lenguas
ardientes. Aterrizaron algunos minutos después. Aunque la planicie estaba
iluminada por las llamas del dirigible, Samir le ordenó a Thorkild que los
guiara con los reflectores de a bordo. Todos llevaban sus armas cargadas,
aunque Samir prefería llevar una espada ropera además de su revólver.
— Sin supervivientes.
El
enano avanzó delante del. Llevaba un revólver Peacemaker del que nunca
se separaba y Jocelyn Joesmith, una medio elfa nacida en Hiva, iba detrás de
Samir: ellos tres formaban el grupo de exploración. Las aspas que impulsaban el
dirigible se fueron parando poco a poco, hasta que la noche se quedó a solas
con el sonido de las llamas y del metal torcido. Los reflectores del aerostato
guiaron los pasos a través del terreno. La luz pasaba sobre Samir y su grupo
una y otra vez, obligándolos a caminar entre intermitencias de oscuridad. Poco
a poco, la luz dejó de ser blanca para volverse ámbar; después empezaron a
encontrar los cuerpos de los tripulantes deformados por los estallidos. Vestri
se había adelantado ya bastante cuando escucharon un disparo.
— Un gnomo, Samir. Se estaba
arrastrando hacia una radio.
— Dudo que haya sido el único. ¿Te
dijo algo?
— No. Pero tuvo tiempo de considerar
sus respuestas. Y tenía un cuello bonito, como que pedía que le disparara. Ya
sabes cómo son estos imbéciles.
— Samir. — La voz de Joss resonó
entre las vigas de acero, rebotando hasta llegar a ellos. Venía de unos
cincuenta metros a la derecha de ellos. — Aquí estaba el timonel. Estamos en la
cabina de mando.
— Habrá que ir hacia el otro lado
entonces.
— Me habría gustado ver a estos malnacidos
quemándose. — Los ojos de Vestri refulgían siempre que hablaba de guerras y
venganzas. El capitán conocía poco de su pasado. Lo había reclutado tras la
derrota del capitán Lynch cincuenta ciclos atrás y ya era así. En los puertos
de Kizad, Dhabi y Mares Anthal lo buscaban por homicidio a sangre fría, y debía
fuertes cantidades de dinero en Gal’Naar, Skølsgarde y Madrid. — Me dan asco
los gnomos.
— Pues disfrútalo. — El enano
sonrió. Era raro que el capitán le dejara hacer y deshacer a su gusto. Puso la
bala que faltaba en la cámara de su revólver y fue disparándole a los cuerpos
que iban encontrando a su paso. Samir se limitó a caminar y a recoger los
objetos de valor que hallaba a su paso.
Una
de las razones por las que había conservado a Vestri en su tripulación era que
se atrevía a hacer cosas que él no habría hecho jamás. Jocelyn era de otra
madera. Era poco conflictiva y más de una vez había tenido conflicto con los
métodos de Vestri. Fue criada en la Academia, en Finisterra, aunque pocos
ciclos después de volverse uno de los Hermanos Mayores, Baltasar al-Sarrás,
había publicado un texto que revolvió las entrañas del mundo. Regresó a bordo
convertida en una mujer hermosa y su tío Tayé no podrí haber sido más feliz a
su regreso. Había dicho que algún día se vengaría del toledano, pero si lo que
decía en su prólogo era cierto, bien se le podía dar por muerto. Tenía muchas
herramientas en el arte de la persuasión y su intelecto no podía subestimarse.
Además, los pocos documentos que conservó de la Academia abrían puertas donde
antes no había más que polvo. Vestri se les unió poco después.
Avanzaron
algunos metros más. Samir y Jocelyn iban revisando los escombros y recogiendo
objetos que pudieran servirles en el dirigible. Samir iba maldiciendo las
explosiones cuando se volteó a mirar a Joss y vio por qué había quedado en
silencio. Un colosal anillo de fuego, que debió haber sido la parte central del
Arcturus, se levantaba ante ellos. Samir dedujo que sólo pudo enterrarse
así de caer en picada. Los jirones de lo que fue el globo seguían
consumiéndose. Los gnomos de Thule habían desarrollado durante ciclos telas
resistentes al fuego, aunque en la práctica sólo los aerostatos del calibre del
Arcturus la llevaban. El recubrimiento era muy caro y Atenas tenía la
patente. Una parte del círculo cedió y se derrumbó, iluminando todo a su
alrededor. Ante ellos había una enorme estructura negra. Y también una figura
diminuta se acercaba cojeando hacia ellos. Vestri montó una mira en su revólver.
Apuntó y esperó uno, tres, veinte segundos.
— Otro hijo de puta. Más te hubiera…
—No terminó la frase. El revólver estalló. Vieron caer al gnomo pero no escucharon
una palabra más de Vestri. El arma temblaba en su mano. — Samir. Era mismo. Era
mismo cabrón al que le volé los sesos ahí atrás.
— Puede haber sido un efecto de las
luces. Les juegan pasadas horribles a las mentes débiles.
— Cree lo que quieras, niña.
— Aunque así fuera, Vestri, —dijo
Samir, intentando evitar el conflicto— nuestra prioridad es ver si quedó algo
para vender. Ve a ver el cadáver. Cerciórate de que no es el mismo y
alcánzanos.