En el universo de El Gran Vacío, que comienza con la novela Necromancia: La Primera Era, existe un personaje, el narrador de la historia, llamado Baltasar al-Sarrás. Él es uno de los miembros más viejos de La Academia, un órgano encargado de vigilar y educar a los urímacos en el uso de la tecnología durante la Cuarta Era. En las épocas pasadas, también regulaba la magia. Las armas. En derterminado momento durante la Segunda Era, también la política.
Baltasar nació en Granada, la eterna capital de Muspel, en el ciclo 1760 de la Cuarta Era. Su nacimiento casi coincide con el descubrimiento de las ruinas de la última ciuda de los gigantes, Lemuria, y las noticias que llegan a los granadinos le afectan particularmente. Durante su infancia busca integrarse a las fuerzas armadas, pero una herida en la pierna izquierda, sufrida durante los entrenamientos, lo obliga a retirarse y abandonar su sueño. Su estancia en el ejército no es, sin embargo, inútil. Aprende a entender un poco de política y se enamora de la historia del armamento en la capital. Poco a poco, las armas lo van acercando a la historia, y ésta lo arrastra finalmente a la Academia. Ya ahí, descubre sus aptitudes para el estudio y asciende hasta Hermano Mayor. Se traslada a Toledo. Para entonces, contaba ya con 55 ciclos de edad. Durante su estancia en los puestos máximos del organismo se da cuenta de que la historia oficial no coincide con los gritos que se esconden en las canciones y poemas antiguos. Muchos hablan de dioses y magia en tiempos ancestrales, en los que se creía que no existía máquina ni mundo alguno.
Baltasar nació en Granada, la eterna capital de Muspel, en el ciclo 1760 de la Cuarta Era. Su nacimiento casi coincide con el descubrimiento de las ruinas de la última ciuda de los gigantes, Lemuria, y las noticias que llegan a los granadinos le afectan particularmente. Durante su infancia busca integrarse a las fuerzas armadas, pero una herida en la pierna izquierda, sufrida durante los entrenamientos, lo obliga a retirarse y abandonar su sueño. Su estancia en el ejército no es, sin embargo, inútil. Aprende a entender un poco de política y se enamora de la historia del armamento en la capital. Poco a poco, las armas lo van acercando a la historia, y ésta lo arrastra finalmente a la Academia. Ya ahí, descubre sus aptitudes para el estudio y asciende hasta Hermano Mayor. Se traslada a Toledo. Para entonces, contaba ya con 55 ciclos de edad. Durante su estancia en los puestos máximos del organismo se da cuenta de que la historia oficial no coincide con los gritos que se esconden en las canciones y poemas antiguos. Muchos hablan de dioses y magia en tiempos ancestrales, en los que se creía que no existía máquina ni mundo alguno.
Aunque intentó cuestionar a sus Hermanos historiadores sobre este hecho, la respuesta de los cuatro o cinco que entrevistó le dio a entender que nadie hablaba de esta. Que estaba prohibida y que, Kósmon mediante, era mejor olvidarla del todo. Pero Baltasar no se rindió. Procuró no volver a mencionar la Historia y se las ingenió para viajar a lo largo y ancho de Úrim y para recopilar escritos enterrados, perdidos, que confirmaran sus sospechas. Para encubrir sus verdaderas metas, Baltasar fungió como diplomático en casi todas las ciudades de Tule, Hiva y el mismo Úrim. Hacia el ciclo 1850, ya con 90 ciclos de edad, se retira de sus funciones como Hermano Mayor y es nombrado miembro vitalicio de la Academia. Los últimos 18 ciclos se la ha pasado leyendo. Por fin logró volver a unir la verdadera historia de Úrim; la historia antes de la Gran Censura y está dispuesto a publicarla aún a costa de su propia vida.
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