Gibrán Jalil Gibrán
En un día como éste me dio a luz el
vientre de mi madre. Veinticinco años que camino bajo el sol y no sé
cuántas veces que gira la luna sobre mí; y hasta hoy ignoro aún los
secretos de la luz y nada alcancé a saber de los misterios de la
oscuridad. Con este mundo indefinido veinticinco veces anduve en tormo
de aquella sublime y única ley; y mi alma balbucea el nombre de aquella
ley cual una cueva que repercute el estruendo de las olas del mar; pero
sin comprender nada de su esencia que existe con su existir; y entona
las canciones del flujo y del reflujo, pero sin alcanzar nada de su
misterio.
Veinticinco años hace que me
trazó la mano del tiempo una palabra en el libro de este mundo extraño y
horroroso y heme aquí desde aquel día: una palabra indescifrable y
ambigua que indica algo unas veces, muchas nada simboliza.
Las meditaciones y recuerdos,
los pensamientos e imaginaciones convergen apiñándose en mi alma, en
este día de cada año, y frente a mí se aglomeran los espectros de mis
noches lejanas, disipándose después como las nubes que en el horizonte
el viento desmadeja estrangulándolas luego en los rincones de mi
aposento, al igual que el murmullo del arroyuelo en los valles distantes
y desiertos.
En un día como hoy, de cada año,
me visitan los espíritus que pintaron mi alma. Llegan apresuradamente
de todas las regiones del orbe y me rodean cantando el himno de los
recuerdos tristes. Después se retiran lentamente y se esconden tras el
infinito semejantes a bandadas de pájaros que bajaran a un prado
abandonado, donde amontonasen los segadores sus parvas y, no hallando
granos que coger, volaran por encima, con piares acongojados, para luego
cernirse por otro firmamento.
En este día se reflejan en mi
mente todos los significados de mi vida pasada y mi numen no es más que
un espejo nítido en el que miro ensimismado, permitiéndome ver solamente
los semblantes pálidos de los años, como rostros moribundos; los
contornos de la esperanza y los sueños y los anhelos llenos de surcos
como caras envejecidas. Cierro mis ojos y tomo a mirar aquel espejo y
sólo veo mi cara. Miro en mi cara y sólo veo tristezas y melancolías.
Interrogo mis tristezas y las hallo mudas. Pero si las aflicciones de
mi corazón hablasen las hallaría más dulces que el placer.
En los veinticinco años pasados
he amado mucho. ¡Y cuántas veces amé lo que el mundo desprecia y
desprecié lo que el mundo ama! Y lo que amé cuando era niño lo amo hasta
hoy y lo seguiré amando hasta el fin de mi vida, porque el amor es el
único tesoro que poseo y que nadie me podrá quitar. Muchas veces amé
también la muerte en mi desesperación y le canté las estrofas más
dulces; como rimé para ella, pública y secretamente, los versos más
amargos sin olvidarme de la muerte, amé mucho la vida. Y la vida y la
muerte se identificaron en mi alma en el amor, y semejáronse en el
deseo, y se asociaron en la fecundación de mis anhelos y cariños.
Amé la libertad, y mi amor
creció con mi conocimiento del porqué de tanta esclavitud y despotismo
entre los hombres. Naciones esclavizadas, humilladas, sometidas a la
adoración de los ídolos que los siglos oscuros esculpieron y que la
ignorancia elevó; ídolos acicalados en sus altares por los labios de los
esclavos.
Amaba a aquellos esclavos por mi
amor a la libertad, y la piedad que me inspiraban hería las fibras de
mi corazón porque eran ciegos que besaban las caras de las bestias
sangrientas, y no veían; y bebían el veneno de las víboras, y no
sentían; y cavaban sus sepulcros con sus propias manos, e ignoraban el
horror.
Amé la libertad más que a todas
las cosas porque se me apareció en la forma de una niña que la soledad
apesadumbró y enervo el aislamiento, hasta que se hubo convertido en
una sombra transparente que corría por las catas de los hombres y se
detenía en las esquinas de las calles, llamando a los caminantes que
permanecían sordos, mudos, indiferentes...
En mis veinticinco años amé
mucho la dicha a igual de todos los hombres. La buscaba en mi despertar
de cada día, como los demás hijos de Adán; pero nunca la hallé en sus
caminos; ni la huella de sus pies sobre la arena que circunda sus casas
la denunciaban; ni el eco de sus pasos repercutía en derredor de sus
templos. Y cuando me encontraba solo oía a mi alma hablar en silencio
diciéndome: la dicha es una niña que nace y vive en la profundidad del
corazón humano. Y cuando franqueé las puertas de mi corazón sólo hallé
allí su espejo, su lecho y sus ropas; pero la dicha no estaba en mi
corazón.
Los seres que amé mucho se
dividen, en mi ley, en tres clases: unos que maldicen la vida; otros
que la bendicen y el resto que la contemplan sumergiéndose en ella. A
los primeros los amé por su desventura; a los segundos por su
tolerancia, y a los últimos por su honda sabiduría.
Así pasaron mis veinticinco años
y así se consumieron mis días y mis noches apresurándose, disipándose
con las ilusiones de mis esperanzas, cayéndose de mi vida cual hojas
dispersadas por un cierzo otoñal.
Y hoy me detengo para recordar
cual viajero que vaga y que llegó a mitad del camino, y miro a todas
partes, y no veo ningún indicio de mi vida pasada del cual pueda
glorificarme ante la faz del sol y del cual pueda decir aquel es mío. Ni
las sazones de mis años pasados me produjeron algo, salvo unas hojas
ennegrecidas por la tinta y unas figuras curiosas llenas de acordes,
líneas y colores. En esas hojas dispersas y en esos cuadros desordenados
he enterrado mis sentimientos, mis ideas y mis sueños- Y así fui igual
que el sembrador aldeano que esparce sus semillas en las entrañas de la
tierra; pero el sembrador que sale a su campo y entierra sus semillas en
los surcos de la tierra regresa a su casa con el corazón henchido de
esperanza, llena su alma de fe que en día no lejano recogerá sus granos
multiplicados a la hora de la cosecha y de la siega.
Yo arrojé los granos de mi corazón sin alimentar esperanza alguna, sin esperar nada y sin suplicar..,
Y hoy que llegué a tal sazón de
mi vida veo el pasado a través de una nube de tristezas y suspiros; y
aparece el mañana ante mí, tras el velo del pasado...
...y la vida pasa.
Me detengo ante mi ventana a
contemplar detrás de sus cristales al universo. Veo semblantes; oigo
voces que llegan hasta el cielo; percibo pasos lentos; siento el
contacto de las almas con la fluidez de sus inclinaciones; siento el
palpitar de los corazones. Veo a los niños jugar y correr unos tras
otros llenando de polvo sus ropas, riendo llenos de júbilo.
Veo caminar los jóvenes,
levantando sus cabezas como si leyeran el poema de la juventud escrito
en el contorno de las nubes envueltas por los rayos dorados del sol. Los
jóvenes caminan coquetamente moviendo sus agiles cuerpos como ramos en
flor, sonriéndose, mirando a los jóvenes con ojos que irradian deseos y
amor; y los ancianos marchan quedamente, con sus espaldas encorvadas,
apoyándose sobre sus bastones, mirando al suelo, como si buscaran entre
las piedras el tesoro de sus años perdidos.
Detrás de mi ventana contemplo
todas esas figuras y siluetas y después miro más allá de la ciudad. Veo
campiñas con todos los contornos de su belleza divina y su alma
confidencial; altas colinas, valles, llanuras y bosques frondosos;
campos florecientes; flores que llenan con sus aromas; pájaros en
concierto; arroyos cantores y de dulce murmurio.
Después miro más allá de
Albariah y mis ojos tropiezan con el espacio infinito, con todos sus
astros luminosos y sus planetas y soles y lunas regidos por una ley
suprema y sometida a una voluntad superior y eterna. Miro y contemplo
todos esos objetos y mundos detrás de los cristales de mi ventana y
entonces me olvido de los veinticinco años y de todos los siglos que los
han precedido y de todos los que vendrán.
Y entonces mi ser paréceme una
partícula del suspiro de un niño perdido en un vacio infinito y de
insondable profundidad; pero siento en el movimiento de aquel átomo
-esta alma- esta esencia que llamo "YO"; siento sus movimientos y sus
baraúndas; la veo alzar sus alas hacia el cielo y extender sus manos a
todas panes; se estremece en el día, de cada año, que de la nada trajo a
este mundo. Y con una voz que se levanta de su santidad, exclama:
"Salam,'' vida mía; salam ilusiones; ¡salam oh día que sumerges en tu
luz la oscuridad de la tierra!; ¡salam, oh noche, que con tu oscuridad
manifiestas la luz del cielo!; salam, primavera que rejuveneces la
decrepitud de la tierra; verano que promulgas la gloria del sol; otoño
que tronchas las flores y disminuyes la actividad de los campos;
invierno que enervas el vigor de la madre naturaleza. Salam años que
reveláis lo que el tiempo ha escondido; siglos que rectificáis lo que
las edades han viciado!; ¡salam, oh tiempo que nos conduces hacia la
perfección!; ¡salam, oh espíritu que guías la vida y que estás oculto
tras el manto solar!
¡Y tu, corazón mío!, ¡salam!;
¡porque con el salam puedes exhortar y cantar no obstante hallarte
sumergido en lágrimas!; salam labios míos, porque vosotros pronunciáis
el salam en el momento de gustar la amargura.
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