Esta es la carta que escribe el académico Baltasar al-Sarrás como prólogo a Necromancia: La Primera Era. Ya está disponible el libro en formato digital en Amazon!
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Bael-Ungor: Que Odín, tu padre
[…] nuestro, que […] mismo
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Desocupado lector:
La tecnología, en la actualidad, se ha
infiltrado en todos los aspectos de la vida sobre Úrim y me temo que mucho de
lo que hay en estas páginas se tomará como charlatanería. Casi 2,000 ciclos han pasado desde la última
vez que se vio a algún mago sobre la faz de Úrim. Sé que en muchos lugares se verá
como broma, como un juego de un académico enloquecido por sus experimentos e
indagaciones; por desgracia, sé que existen personas que lo tomarán
horriblemente en serio y que intentarán desaparecer esta recopilación de
sucesos una vez más; hacer como que nada de esto pasó. A ellos les digo: la
ignorancia no puede proteger a los pueblos. Quien no conoce su historia está
condenado a repetirla. Es mi deber como Hermano Mayor de la Academia el
proporcionar esta versión de los hechos, que sin duda contrasta con la historia
oficial enseñada a todos los pueblos.
Hubo un tiempo en que la magia que
conocemos ahora, burla común de circos y teatros, dominó las colinas en tiempos
del rey enano Skallargrim Einarsson Runnenseele, caído víctima de los
acontecimientos de Gran Guerra, y atravesó las vértebras de las primeras Tres
Eras. Los últimos gigantes, nacidos a fines de la Tercera y extintos ya, a
pesar de sus esfuerzos por sobrevivir, fueron testigos de los últimos días de
los Piromantes del sur. Los orcos recuerdan con orgullo las historias de las
Legiones, aunque dudan, con razón, de la electromancia. Es de especial interés
esto último. Aunque la historia pasada está corroída por cuentos de magia y se
conocen grandes monumentos del pasado, la gente de hoy en día apenas cree que
hayan existido poderes tan tremendos.
Durante más de cuarenta ciclos he
visitado las bibliotecas de Iunu-Ra y Shurub’Gul, las más fiables después de la
incendiada Biblioteca de Jotunheim, en la que sabemos se perdieron cientos de
manuscritos que habían sobrevivido a las Eras, buscando datos que corroboren y
perdonen lo escrito. Aquí recopilo, a grandes rasgos, las leyendas y los mitos
de los pueblos, tratados con tanta seriedad como merecen.[1]
Varios
de los rumores locales han quedado descartados o por fantasiosos o por no poder
comprobarse, como suele ser en el caso de los mitos, pero se anexan de igual
manera, comprometiéndome así con la idea de que aún en ellos puede existir
alguna base histórica; en especial y, aunque hay exageraciones en la caída de
Lemuria, debí remitirme a los mitos que existen sobre ésta, pues son los únicos
registros que se conservan. El resto se perdieron en Uruk con la llegada de los
Destructores en la Tercera Era. El redescubrimiento de fragmentos de la Elegía
de las Aguas en las ruinas de esta misma ciudad —que se rumoraba no existía
hasta 1740— ha ayudado a muchos de mis compañeros a reconstruir los últimos
días de los orcos de Muul-Kuth en la Primera Era y la cosmovisión de los
atlantes.
Me temo que no he sido del todo
objetivo[2] en la
escritura de esta historia general de los sucesos del planeta que conocemos
como Úrim. En ciertos capítulos le doy más relevancia a ciertos hechos de la
que tal vez tuvieron en la historia de los continentes[3] y
otros, por lo tanto, quedan minimizados. Varios de mis colegas me ayudaron a
reducir la cantidad de errores a lo largo del texto, aunque sin conocimiento de
lo que sería mi trabajo final. Muchos, incluso, me instaron a abandonarlo y
hablaron de las posibles consecuencias tanto para la Tercera Sesión de la
Academia, para mí y, en especial, para los urímacos. Pido disculpas a todos
ellos, pues sé que habré traicionado la confianza de más de uno. Espero que los
que me conocen personalmente sepan entender que me terminó dominando el impulso
vital por dar a conocer los hechos como los contaba la gente antes de la
Censura— evento del que, estoy seguro, sólo un par de ellos llegaron a tener
noticia. Es innegable, por otro lado, que los descubrimientos de las ruinas de
Lemuria, de la Forja del Éter y eventos similares a lo largo de nuestra Era
hablarán mucho mejor si se les sitúa en el contexto apropiado.
He asumido muchos puntos de vista a
lo largo de la redacción, y otro tanto los he descartado. A algunos pueblos,
como a los enanos, les he reservado un lugar especial junto a mi corazón y me
temo esto ha influido, aunque espero que poco, en cómo los presento ante el
lector. He recogido parte de la Pérdida
de Bael-Ungor que sobrevivió en las bibliotecas de los gigantes, que narran
el exilio de los hijos de Ivaldir del corazón del reino de la piedra. El resto
tuve que remendarlo con lo que se canta en las tabernas de Úrim. Qué tan fiel
sea la reconstrucción a la obra compuesta por el skald enano Radsvinn Ivaldsson jamás podremos saberlo. Se ha
actualizado la ortografía original, pero el resto del texto permanece
inalterado. Muchos versos se han perdido con el pasar de los siglos, y nos ha
llegado una versión bastante fragmentaria. Sólo el viento sabe lo que en verdad
fuera escrito.
No se canse mi mano
de tallar la [zozobra] que
padeces;
no quede nunca ufano
quien cantare [tu] historia mil y un veces:
quien cantare [tu] historia mil y un veces:
antes bien, quien, al verte
no se conduela, [espere llanto y] muerte.
no se conduela, [espere llanto y] muerte.
Solos quedan, y mudos,
tus martillos; también solas tus
forjas.
De coraza desnudos
y cargadas [de lágrimas] alforjas
dejamos tus umbrales
y exhumamos, con ello, nuestros males.
y cargadas [de lágrimas] alforjas
dejamos tus umbrales
y exhumamos, con ello, nuestros males.
Bael-Ungor: Que Odín, tu padre
[…] nuestro, que […] mismo
[…] encuadre
tu [recuerdo]en su pecho, no […]
abismo;
[…]
[…]
que se afija por ti como
nosotros.
Que los orcos te lloren
como lloran los niños a sus madres;
como lloran los niños a sus madres;
que los ojos devoren
tus muros; que los [cánticos]
taladres
con tu impuesto silencio,
con […] que presencio.
Que los hombres, de noche,
[fuego]no hallen que no fragüe
tus runas;
[… brasa] derroche,
cual las estrellas suaves […]las
lunas,
su [luz] sobre tu espalda;
su calor sobre de ónix tu
guirnalda.
Que los gigantes todos
te lloren, [Bael-Ungor; que no]
callen nunca;
que sus gimientes rodos
[canten tu gloria y que] no […]
trunca
la canción que te erijan;
que lloren con nosotros, y se
aflijan.
Que los elfos del Bosque
hagan callar al roble cuan tu
himno
sus ramas desembosque;
que tu amargura, Bael-Ungor,
llegue al crimno
con el que hacen sus panes:
así sabrán llorar a nuestros
clanes.
[Que no] pierdan tus torres
su plata y su oro, Bael-Ungor,
¡oh, perdida!;
jamás su brillo borres.
De [enano se quedó] cualquiera
vida
a tus puertas. Tenemos
ahora red y sal y mar y remos.
ahora red y sal y mar y remos.
Publico
este libro sabiendo que lo único que me espera es la muerte y, aunque no temo
lo que pueda pasarme a mí, que he vivido más que muchos de mis contemporáneos,
sí me preocupa que las Bibliotecas, confrontadas con la publicación y
conservación de textos prohibidos desde fines de la Tercera Era, intenten
deshacerse de ellos. Por fortuna, para cuando esta obra se dé a conocer, muchos
de ellos ya no se encontrarán en las salas de Toledo, ni entre los pasillos de
Shurub’Gul, ni en aquellos cerros que tanto asilo les dieron bajo la custodia de
los enanos.
Hablo aquí de la historia de Úrim que
varios Cortes y Sesiones de la Academia habían acordado era mejor olvidar y,
como verdadero académico, tuve que empezar desde el principio: qué es un ciclo,
el nombre de los meses, la geografía y lo que se sabe, hasta ahora, de la magia
y los gigantes. Muchos de los nombres que se habían fugado de la memoria han
vuelto al mundo para recordar su advertencia: no debemos jugar con poderes que
no comprendemos. Las condiciones actuales en Antikythera y el resto de las
regiones de Muspel, Utgard, Vinland y las tierras de Tule me han incitado a
ello. En todo caso, el tiempo dirá si me equivoqué o no al obrar de esta
manera.
Espero que los Guardianes ayuden a Úrim
a salvarse del camino de la perdición por el que se ha conducido desde fines de
la década pasada. Mi deseo, a fin de cuentas, es que este texto sea una
advertencia. Soy un hombre viejo. Estoy cansado. A lo largo de mi vida he visto
cómo se fractura, una vez más, la estabilidad del planeta. Moriré sin ilusión
alguna de que el mundo conozca la paz, aunque con un deseo ferviente de ello, y
sé que la prosperidad futura estará cimentada sobre los cadáveres mío y de las
generaciones por venir. En esta obra se juntan mi vida, mi trabajo y mi paso
por la tierra. Y con esto, Kósmon de salud, y a mí no me olvide. VALE.
Baltasar al-Sarrás, ciclo 105
Tercera Sesión de La Academia, Toledo
Redactado en Granada
Ciclo 1857 de la Cuarta Era
[1] Dicen algunos de mis colegas que “Todo es veneno y nada lo es. La
diferencia está en la dosis.”
Por ello entiendo, claramente que, aunque las leyendas son sólo en parte
ciertas, una dosis tienen de verdad y constituyen un buen número de las
reliquias del pasado que se preservan. Si se toman como verdad absoluta se
envenena el alma —y peor aún, el conocimiento— tanto como ignorarlas por
completo. El prudente sabrá distinguir qué dosis es adecuada creerle a cada
leyenda, a cada historia, a cada canto de taberna.
[2] La objetividad, por más que busque ser neutra, siempre dará
preferencia a cierta versión. Una descripción se elegirá sobre otra, por más
bella o por menos falsa, pero lo cierto es que la información habrá pasado un
proceso de discriminación previo, y como discriminación, favorece cierta
construcción, algunos nombres, pocas fechas.
[3] Aunque en gran parte de la Primera Era me refiero a Úrim como un solo
continente, los eventos de las Eras posteriores acabarían fragmentando la
alguna vez tierra única en seis continentes, que conservan los nombres de las
regiones del pasado: Vinland, Eisgrind, Iunu-Ra, Utgard, Midgard y Thánatos;
además, varios más se descubren durante la Segunda Era.
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