De esas cenizas, fénix nuevo espera;

Mas con tus labios quedn vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos, después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.


Francisco de Quevedo


miércoles, 18 de abril de 2012

De nombres

Así como antes se pintó, ahora se nombra. Lo que antes fue "el camino de las ballenas" ahora es el mar; lo que fuera "estrella" ahora es VY CANIS MAJORIS, la bóveda del cielo pasó a ser universo, y el universo pasó a contener las galaxias. Los nombres, pues, reflejan también la evolución del pensamiento, de la sensibilización respecto a X y de la censura a Y, además de resaltar las características Z de aquello que se nombra. Nombrar es poseer, tener control sobre la esencia de los objetos, y, de cierto modo, sobre otra persona. Nada es más difícil de imaginar que aquello que no tiene nombre, porque no puede ser referido sin que lo preceda una plétora de explicaciones. ¿Sería lo mismo Cthulhu sin su nombre sumerio, sin un nombre que nos remite a civilizaciones extintas desde hace miles de años? Difícil, pero no imposible. Evitar nombrar es también evitar evocar una plaza, un rascacielos, un funeral. Últimamente, acabaremos llamando de uno u otro modo, porque necesitamos sentir que podemos dominar el miedo, abrazar a la persona, caminar la estrella. Aprehender el momento, clavarlo a un instante y no tirarlo en el pasado.

Un nombre que se olvida es un nombre que no importa.

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