Besando mis prisiones
-de alegre soledad dulces despojos-
te escribo estos renglones,
Amarillis, al tiempo que mis ojos,
para mayor trofeo,
matan la sed con llanto a mi deseo.
Escucha mi tormento
si quieres estimar tu alegre estado;
si no es que tu contento
temes que le entristezca mi cuidado,
pues con mis males puedo
a la misma ventura poner miedo.
Oye mis soledades
-que aún de la soledad me siento solo-
y las muchas verdades
que ha llorado conmigo el santo Apolo
de aquella misma suerte,
que el juez escucha al que condena a muerte.
Mas, aunque condenado
a infierno de rigor, señora mía,
en este despoblado,
donde ni alumbra el sol, ni sale el día,
jamás, con tanta pena,
te maldigo por juez que me condena.
Es agravio notable
que, siendo tu la parte, me condenes
a muerte miserable,
aunque por bien perdidos doy mis bienes,
pues al Amor le plugo,
siendo mi juez, que fueses mi verdugo.
Y, pues te son debidos,
como a ministro hermoso de mi muerte,
recibe mis vestidos
que, para más dolor, quiso mi suerte,
que, a mi verdugo fiero,
en pago de matarme haga heredero.
Y, como aquel que expira,
vecina la mortaja y sepultura,
tristes visiones mira
en mi muerte. Así ordena tu hermosura
que vea tu enojo eterno
en vez de las visiones del infierno.
Sólo estoy temeroso
de que no he de morir eternamente
hasta que sea dichoso,
pues, mientras mi dolor esté presente,
porque en tristeza viva,
eterno me ha de hacer Fortuna esquiva.
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