De esas cenizas, fénix nuevo espera;

Mas con tus labios quedn vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos, después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.


Francisco de Quevedo


jueves, 1 de agosto de 2019

Quizás lo reedite como algo de los elfos

No hago este post para ustedes. No esta vez. Esta vez lo hago para mí, para organizar mis ideas y porque, a veces, uno necesita recordarse el camino recorrido para no ceder. En quince años que llevo escribiendo, diez los dediqué a poesía, y sólo durante los últimos tres he escrito narrativa. En tres años, son nueve libros: Necromancia, Cuentos 1, Cuentos 2, Los Muros de la Academia, La Grieta, Novarii, El Gólem, La Sombra del Leviatán y muy pronto, Thelema Blue.

Creé Úrim como respuesta a que mi necesidad creativa superaba por mucho lo que podía hacer con la poesía; no como escape, sino porque sentía que, por mucho que escribiera, jamás dejarían de nacer y hacerse más grandes mis historias. Desde entonces, no hay día que no le haya dedicado a crecerlo, y todas las ramas de este enorme árbol que tengo entre libretas, se unen a él. Incluso Wanderers, mis novelas de ciencia ficción, se unen en algún momento con Úrim. Tengo tablas a medias, líneas de tiempo, familias, clanes, logos, alquimia, hechizos, y a veces siento que el trabajo me gana; que la vida allá afuera de esto que está en mi mente me va a consumir.

Hace días que terminé mi noveno libro, poco antes de ver a mi bebé por última vez. Mi esposa vive en Guadalajara y yo en Aguascalientes, y cada vez que se van, o que yo voy y tengo que regresar, muero un poco. Ellas están a punto de venirse a vivir acá conmigo, y yo no tengo ni casa ni dinero, y el trabajo apremia.

Escribo este párrafo de introducción porque, a pesar de las alegrías que me dan, de que me repito constantemente que mis libros, algún día, podrán darme un poco de sustento para mi familia, la verdad es que estoy desesperado. Mis alumnos me agradecen lo poco que puedo compartirles de mi conocimiento, mis padres me apoyan, y la alegría que me dan mi esposa y mi bebé me mantienen en pie, pero son más las horas de soledad y de nada, de esperar que algún día alguna de las muchas editoriales a las que he mandado mis escritos me respondan, que alguien algún día diga que acá en México los libros sí son una apuesta viable, que se puede hacer vida y carrera, y nomás nada llega. Le he dedicado casi quince años a escribir, y pese a que no me arrepiento de mi elección, necesito dinero.

A veces siento que me voy a volver loco, y que todo cuanto escribo son sólo necedades, y escucho la voz de mi padre diciéndome que me iba a morir de hambre.

A veces me siento solo, y sólo me guían los recuerdos de la risa de mi bebé.

Hoy terminé "La Sombra del Leviatán", un barco de guerra que flota sobre el mundo y que fue capturado por los piratas. Una parte de mí quiere publicarlo gratis, como Los Muros, otra quiere mandarlo a concurso en Editorial Minotauro, y una más quiere esperar, a ver qué pasa. A ver si los concursos de este año me favorecen. Y es que en la escritura, como en muchas otras cosas, supongo es así. Uno hace y dispone, y los vientos del mundo deciden a dónde van a llevar las hojas que uno escribió. Pirocromo, Quinta Raza, la Antología Dragón. Todas esas son revistas y publicaciones que confiaron en mí, que avalan mis textos y mi carrera, y de todos modos, no me basta para darles de comer a los míos. Pese a mi trabajo, me siento un fracaso. Mis amigos me dicen que todo pasará, y lo sé; la cosa es que no sé cuándo, ni cómo, ni si ese pasar será una transición a algo mejor, o si, agotadas ya las cartas del destino, me llevarán a despeñarme y caer en un foso donde ni siquiera todo el amor y la paciencia de mi esposa, me pueda ayudar.

A uno le dicen que no se rinda. Sigo escribiendo. Quiero entrar a los premios Gandalf, y escribo sobre enanos y reyes, y tengo algunos proyectos más en la puerta. Thelema Blue, que está a medias. Las Guerras Troll, que también están a medias. Charlot Dell, La Caída de Bael-Ungor, La Sangre de Mictlán. Y luego las demás eras de Úrim. No me preocupa, ni me abruma, ni temo la cantidad de trabajo que tengo enfrente; lo que me da miedo, auténtico pavor, es que no sirva de nada, como hasta ahora.

Si alguien leyó esto, y aguantó hasta aquí, gracias. Necesitaba desahogarme. Y si entendió mi desesperación, sólo le pido que lea Los Muros de la Academia. Comparte, me ayuda mucho saber que, si no hago dinero, al menos mi mundo está vivo y latente allá afuera.

Aquí dejo las portadas de mis libros.