De esas cenizas, fénix nuevo espera;

Mas con tus labios quedn vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos, después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.


Francisco de Quevedo


martes, 7 de junio de 2011

XLIV

Dejo uno de mis sonetos. Tiene algunos detalles, como la rima, que no se cumple al cien por ciento; la sacrifiqué un poco para poder darle más matices al texto per se.

XLIV

Letras de luz, misterios encendidos.
Francisco de Quevedo

Esta noche ya Virgo se ha sumido
en de estrellas el mar del cielo al fondo;
soy Leo en la pasión con que te adoro
si en tu cabello no, Escorpión dormido.

Despierto en Capricornio convertido;
si tú en Europa, en Tauro me transformo;
y en éter y en un beso, en ti me escondo,
Cáncer que en aguas dos habrá bebido;

en cántaros que emanen de ordinario
luz que en tus astros, Libra, repetida,
a geminados Piscis sea un Acuario,

o fuentes, do mi llama dividida
se nutra y crezca y te ame, y Sagitario
me ofrezca en hecatombe, incendio y vida.

Soledad primera (coros) - Luis de Góngora

Después de varios meses de abandono, retomo el blog. Esta vez pongo algo de lo que he estado leyendo más recientemente: las Soledades.


CORO I

«Ven, Himeneo, ven donde te espera

con ojos y sin alas un Cupido,

cuyo cabello intonso dulcemente

niega el vello que el vulto ha colorido:

el vello, flores de su Primavera,

y rayos el cabello de su frente.

Niño amó la que adora adolescente,

villana Psiques, Ninfa labradora

de la tostada Ceres. Ésta, ahora,

en los inciertos de su edad segunda

crepúsculos, vincule tu coyunda

a su ardiente deseo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»


CORO II

«Ven, Himeneo, donde, entre arreboles

de honesto rosicler, previene el día,

—aurora de sus ojos soberanos—

virgen tan bella, que hacer podría

tórrida la Noruega con dos Soles

y blanca la Etïopia con dos manos.

claveles del Abril, rubíes tempranos,

cuantos engasta el oro del cabello,

cuantas —del uno ya y del otro cuello

cadenas— la concordia engarza rosas,

de sus mejillas, siempre vergonzosas,

purpúreo son trofeo

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»


CORO I

«Ven, Himeneo, y plumas no vulgares

al aire los hijuelos den alados

de las que el bosque bellas Ninfas cela;

de sus carcajes, éstos, argentados,

flechen mosquetas, nieven azahares;

vigilantes aquéllos, la aldehuela

rediman del que más o tardo vuela,

o infausto gime, pájaro nocturno;

mudos coronen otros por su turno

el dulce lecho conyugal, en cuanto

lasciva abeja al virginal acanto

néctar le chupa Hibleo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»


CORO II

«Ven, Himeneo, y las volantes pías,

que azules ojos con pestañas de oro

sus plumas son, conduzgan alta diosa,

gloria mayor del soberano coro.

Fíe tus nudos ella, que los días

disuelvan tarde en senectud dichosa;

y la que Juno es hoy a nuestra esposa,

casta Lucina —en lunas desiguales—

tantas veces repita sus umbrales,

que Níobe inmortal la admire el mundo,

no en blanco mármol, por su mal fecundo,

escollo hoy del Leteo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»


CORO I

«Ven, Himeneo, y nuestra agricultura

de copia tal a estrellas deba amigas

progenie tan robusta, que su mano

toros dome, y de un rubio mar de espigas

inunde liberal la tierra dura;

y al verde, joven, floreciente llano

blancas ovejas suyas hagan, cano,

en breves horas caducar la hierba;

oro le expriman líquido a Minerva,

y —los olmos casando con las vides—

mientras coronan pámpanos a Alcides

clava empuñe Lieo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»


CORO II

«Ven, Himeneo, y tantas le dé a Pales

cuantas a Palas dulces prendas esta

apenas hija hoy, madre mañana.

de errantes lilios unas la floresta

cubran: corderos mil, que los cristales

vistan del río en breve undosa lana;

de Aracnes otras la arrogancia vana

modestas acusando en blancas telas,

no los hurtos de Amor, no las cautelas

de Júpiter compulsen: que, aun en lino,

ni a la pluvia luciente de oro fino,

ni al blanco cisne creo.

Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo.»

lunes, 1 de noviembre de 2010

Vivo en conversación con los difuntos...

Vivo en conversación de los difuntos // y escucho con mis ojos a los muertos son dos de los versos más hermosos que se refieren a la concepción del acto de la lectura. Y, pues, lo hacemos, he decidido renombrar así el blog, porque, como dice Quevedo (y vemos aquí cuán pronto nos remitimos, de manera inconsciente, tal vez, a un diálogo, una reinterpretación de lo escrito hace cientos de años) al sueño de la vida hablan despiertos; sílabas once que se han a lo largo de los siglos perpetuado.
Esto son los libros: criptas que mantienen inalteradas -reinterpretables, malentendidas, sí, pero intactas- las ideas de los ancestros de nuestras generaciones; los mejores monumentos para sus ideas y, aunque no poseen, en millones de casos, la pompa de Versalles, la grandeza de una Babilonia, con todo y sus jardines o la fama de una infausta Babel -más bendición que anatema, si bien se mira, pues con ella llegó la polifonía y con ella, parte de la sinfonía que es el ser humano- son el mejor obsequio que nos pueden dejar a los vivos.
Vivo en conversación con los difuntos no es -o sí, como quiera verse- sólo un verso: es un tatuajeque Quevedo traza en la piel del tiempo, un destello de la sabiduría del pasado que resuena hasta el presente y nos invita no sólo a conocerlo a él, sino a todos quienes han tomado el punzón y han grabado su nombre en la espalda de los titanes, quienes si no siempre entendidos, siempre abiertos, detienen su paso por el Cosmos a instruir a quien lo pide. Y si ora nosotros podemos no entender, ellos se muestran dispuestos a repetirnos; ora, cuando se muestran en desacuerdo, están abiertos a continuar el diálogo, con lo que o enmiendan, o fecundan mis asuntos; asuntos que no se limitan al plano de la lecto-escritura (como se le quiere llamar; la verdad, qué nombre tan espantoso) sino que extienden su conocimiento a cualquiera, de la vida, plano, pues al sueño de la vida hablan despiertos. ¿Quién mejor, en verdad, para guiarnos a través de los sueños que los que duermen ya? Y pues es posible, ellos resultan ser el punto común, el viente por ciento, el elquilibrio entre lo que duerme y lo que está por dormir. Nos hablan del sueño con el lenguaje del sueño: la metáfora.

Escuchar con los ojos a los muertos nos deja la "tarea" -misión, encargo si se quiere- de conservar, interpretar y re-crear su legado, para que nosotros sigamos hablando, conversando con los difuntos y, más importante aún, con los vivos de nuestro tiempo. Después de todo, nosotros seremos los nuevos muertos.

sábado, 16 de octubre de 2010

Vale.

El futuro de la esperanza es la fe; el pasado de la fe, la esperanza. A mí me arrebataron ambos. Y estoy aquí, sentado como en un trono, sintiéndome superior al mundo. ¿Cuál es mi realidad? No. ¿Soy la mujer que intenta identificar en mí a algioen conocido? No existo, sólo sobrevivo: parasito recuerdos, devoro risas queriendo creer que son mías. ¿A quién le importa? Creí en un "dios" y se apagó su estrella. ¿Al niño que mira mis palabras sin poder comprenderlas? Creí en la naturaleza, y la descubrí ultrajada. ¿Quién escucha cantar su agonía a los bosques? Crei en la ciencia, y me reveló los horrores que el hombre encierra. ¿Quién conoce el hombro de un hermano? Soy un esqueleto vivo, un animado muerto. ¿Quién perdona; quién olvida? Creí luego en mí mismo, y me descubrí fragmentado. ¿Quién conoce el amor; ese "tu Nombre por encima de los nombres; tu Nombre que se eleva al infinito"? Creí, por último, en el amor, sólo para verlo violado en cada lugar de la tierra. ¿Quién podrá entender este vacío?
...
Perdóname, madre. Y que los dioses no nos olviden. Vale.

Otro de ocios

"En el claustro del alma me es horror el día; la compañía [es] sedición y guerra" dícenos Quevedo, si no fielmente citado, sí, con presición, describiendo mi existencia. ¿Cuánto tiempo llevará sanar? ¿Cuántas veces más, cuántas veces más me agacharé, buscando mis pedazos, me inclinaré a recogerlos para volverlos a arrojar al suelo?

Dicen los latinos que el mejor remedio para lo que se pierde es el olvido, pero, si tú eres mi olvido -de mí me olvidé por tí, y olvidé todo por estar contigo- ¿Qué alivio puede, entonces, el recordarte darme? No me atrevo ya a levantar los ojos; vencido estoy de mí -de nosotros, mejor dicho- y estigmatizadas, por tus manos, mis manos quedan. Estoy crucificado en tu piel, clavado con recuerdos al borde de la locura. Llevo por corona no espinas, sino el olvido que me trepana hasta los sesos...