De esas cenizas, fénix nuevo espera;

Mas con tus labios quedn vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos, después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.


Francisco de Quevedo


sábado, 20 de marzo de 2010

Sobre el horizonte

Dejo un texto que escribí apenas; es prosa poética... Siento no está terminado, pero si algo se me ocurre en los días venideros lo añadiré.

Sobre el horizonte

Hacía mucho que ansiaba volver a te ver; será que olvidarte no puedo. Extraño tu manera de andar, la espera y el silencio que te precedían. ¿Qué por qué no te dejo ir?
Lo mismo me pregunto.
Será que verte feliz te hace más hermosa. Será que aqueste amor — pues ahora sé que lo es — no murió y lleva años desgarrándome la cordura. A través de sus grietas escurre de, de mi armazón, la cálida sangre. Lágrimas caen y se evaporan en mi pecho ardiente, quedando, sobre mi corazón, sólo sales.
Me has despellejado. Me dejaste sólo la carne viva. Me arrojaste a las estrellas con alas de fuego y sus cenizas se amontonan ahora entre tus senos. Por mis brazos descarnados escurre tu nombre; por mis piernas, despellejadas, escala la gangrena. Deja que se boten de amargura mis ojos y que en sus cuencas la peste anide; me asemejaré, entonces, a Xipe-Totec.
Deja que me traguen los mares, que me ahogue con mi barco, pues cada capitán se hunde con su miseria; que mi cadáver sea arrastrado; que las gaviotas se traguen mis entrañas cual a marino Prometeo; que, en mí, cuna encuentren los peces; que sepulcro de la soledad mi osamenta sea. Deja que mi cadáver encalle en la arena y que de mi carcasa podrida nazca la tormenta, pues que ésta crece cuando arrecia mi locura. Incinera mis dedos, pues sus cenizas son las que habrán de guiar a los muertos; serán de hollín llenas las uñas: un negro Naglfar que surque tus memorias.
Si te pluguiere, seré entonces viento, mar, vórtice, Maelström. Seré las nubes que cubran la huída de algún errante holandés para venir a llover sobre tu rostro. Y tu piel se quemará, pues que ácido, que no fuego, será mi llanto.

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