De esas cenizas, fénix nuevo espera;

Mas con tus labios quedn vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos, después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.


Francisco de Quevedo


sábado, 3 de enero de 2015

Algunas cosas

Escrito tomado de mi facebook, escrito el día día 16 de diciembre de 2014.

No sé qué voy a hacer de mi vida. No espero ya nada de los días que vienen sino un agravarse, un hacerse más vinagre en los dedos, en los ojos, en las esperas. Y ya casi es año nuevo. Sin embargo, este 2014, que tan pocos motivos me dio para hacer fiestas, volví a poner mi arbolito de navidad.
Añoro mis días en Puebla pero creo es cada vez menos. Tengo un hogar acá en Aguascalientes. Me importa lo que le pasa al centro y sus desgracias cotidianas. Me importan sus cafés, su cultura, sus horas tristes. Me importan tanto como para darles un nombre y decir que también han sido mis calles, mi cultura y mis horas tristes. Mucho de esto se ha fundido conmigo. He pasado de sentirme a ser triste con cierta resignación. Es verdad que hay chispazos de alegría pero entiendo que son los menos y que las desgracias vienen una tras otra como se ha dicho desde hace siglos.

Estaba advertido, sí, pero jamás esperé que el 2014 llegara con guadaña de acero a mutilar así mi mundo. Una antigua tradición japonesa dice que los espíritus del mar siguen las velas a los puertos. Por eso mismo encendí hoy una vela. Porque aún hay gente a la que amo y que me ama. Porque ahora recuperé a una de mis amigas de hace tantos años y vivimos juntos nuestro año nuevo. Porque encontré a mi prima que, casi estoy seguro, iba a ser mi hermana. Porque conocí a gente extraordinaria que pesa con cadenas similares, y que desespera tanto o más que yo. Vi atropelladas de impotencia a cada una de las personas que me importan. Yo aún espero a mis hermanas y sé que no todos tienen la fortuna de decir eso. Hay quienes no saben siquiera si aún los esperan.

Esta es mi última defensa ante el asedio de los días. Esta vieja tradición mía de esperar a los reyes, aún a los 24, me ha salvado en mis horas más oscuras. En mis horas de mí y de esta herencia de mi familia que se llama locura. En mis días de dormir tres días y explotar la cabeza y despertar mareado. En los meses que me dí asco y que quise morir, morir, morir. Será que estoy lo suficientemente desesperado como para aferrarme a uno de los últimos bastiones que me dejó la niñez. Este año perdí familia, dos veces la esperanza, el trabajo y dinero. Perdí oportunidades y me rechazaron de dos maestrías; la segunda, apenas hace tres días. Este año vi arder las puertas de México y levantarse la gente con augurio de guerra.

Alguien dijo alguna vez que la historia está condenada a repetirse, y que mientras no aprendamos la lección que nos quiere enseñar, las situaciones se seguirán repitiendo una y otra vez. En todo lo bueno hay siempre algo malo, pero también en lo malo hay cosas buenas. Se oye y se dice fácil cuando estás del lado padre. Ahora es cuando te das cuenta de qué gente no te da la espalda. Toda la gente que entra y toda la que sale de tu vida vino a enseñarte algo. Cada que alguien te da la mano te enseña a ser más humilde y, a veces, a aceptar la ayuda. La gente que habla de ti a tus espaldas te enseña a valorar a los que te hablan directo. Un amigo siempre apuñala de frente, porque si te van a matar, también quieren que sepas que no te van a dejar morir, ni desangrarte, solo.

La gente que te acepta un regalo te enseña que no todo es rechazo y párale de contar.
La verdadera alquimia no es la del oro, sino la de los árboles. A ellos puedes aprenderles a cambiarte las hojas y a dejarlas ir cuando ya no es posible llevarlas. A dar frutos y a doblarte para que no te rompa el viento. Rejuvenecer, regenerarte, renacer. Son las palabras de poder de los druidas.
Hablo de árboles y de pájaros y ríos como si éstos salvaran lo que nos queda de mundo; como si no hablar del caos y la muerte que se han filtrado de norte a sur pudiera aliviarnos en algo la agonía.

Pues sí. A pesar de todo hablo de la naturaleza, pues probablemente regresemos a ella con las manos y los rostros arañados de tanto llorar. Cuando descubramos que estamos solos, de verdad solos, ese será el único canto que quedará.

Las piedras del mundo seguirán cayendo. Por eso mismo hoy puse mi árbol de navidad.
Bueno, pues esto.
Y que los dioses no me olviden.

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